Luis trabajaba en el mantenimiento de una gran fábrica. Era un hombre sencillo, demasiado tímido, de unos 40-45 años, una persona apocada, con un complejo de complexión pequeña, tanto físicamente como intelectualmente, no se sentía gran cosa y creía que todo el mundo estaba en un plano superior a él.
Todos los días nuestro protagonista se levantaba con el mismo pensamiento, y, aunque le gustaba su trabajo, se lo hacían aborrecer, claro, con esa "manía" que tenía de sentirse tan pequeñito, todo el mundo abusaba de él como quería, que si Luis hazme esto, que si Luis tráeme eso, y nuestro pobre Luis acababa muy cansado su jornada del día. Aparte estaban los típicos "graciosillos" del trabajo, que eran cansinos, pero cansinos como ellos solamente sabían serlo: se metían con él todos los días y siempre que podían, le dejaban en evidencia delante del resto de los compañeros, riéndose a carcajadas y dándole palmaditas en el cuello, como si de un chaval se tratase.
Un día, llegó al trabajo y, como siempre, se fue al vestuario a cambiarse de ropa y ponerse su mono azul marino con sus botas de seguridad, pero, para la sorpresa de éste, notó que las botas le apretaban un poco el pie. Aunque le sorprendió bastante, terminó de cambiarse y continuó su rutina, la misma gente y sus mismas bromas, las mismas caras, el mismo sentimiento de inferioridad y a casa. Al día siguiente, cuando fue a cambiarse al vestuario, notó que sus botas, le apretaban un poco más que el día anterior,y al día siguiente lo mismo, cada vez le apretaban más las botas, y cada vez lo iba notando más y más. Entonces, empezó a preguntarse disparates que cada vez le parecían más lógicos: estaba creciendo, a pesar de su edad.
Una semana después, Luis comprobó que, efectivamente, sus zapatos ya casi ni le entraban y esto le hizo sentirse grande, tan grande como un gigante observa como hormigas a las personas, como si pudiese, con sus pies, aplastar todo aquello que viese, se sentía tan grande que podía alcanzar a los demás e incluso, superarlos. Entonces salió del vestuario, con una visión diferente a la normal, le empezaron a pedir favores y tuvo el valor de negarse, se metieron con él, y tenía el valor de poder contestar como quisiera a aquellos irrespetuosos, se sentía capaz de todo, con una confianza en si mismo insuperable y eso le gustaba.
Luis había cambiado, su forma de ser era completamente diferente, se sentía muchísimo mejor consigo mismo y no llegaba tan cansado a casa, pero ésto le duró apenas una semana y media: El duodécimo día de su gran vida, echo su ropa de trabajo a lavar juntamente con sus botas y, como es normal, miró primero en los bolsillos de el mono azul marino y le quitó los cordones a las botas. De una de ellas, cayeron unos trozos de algodón, que habían estado ocultos en la punta del zapato, bajo la lengüeta de éste, dejando a Luís como una estatua de piedra. Todo aquello de ser un gigante, de sentirse capaz de todo, todo aquel sentimiento que mejoraba su persona, todo... le había desaparecido en tan solo unos segundos. Era una simple hormiga observada por toda aquella gente a la que había toreado, le habían tomado el pelo una vez más, se sentía inútil.
El día siguiente, Luis volvió a su trabajo, hecho hormiga, no tuvo el valor ni de hablar, estaba avergonzado por haber pensado aquello que, desde su punto de vista, era erróneo.
Moraleja: sáquenla ustedes mismos.
Me parece que la idea principal de esta história esta a la orden del día. Encuentramos muchos casos de marginación tanto en la escula, como en la calle o el trabajo. Hay que luchar para intentar eliminar tanto el bolling en el colegio i el mooving en el trabajo. Por mi parte un buen relato.
ResponEliminaMi subconsciente lector me dirigía hacia un final en el que el protagonista vencía sus miedos, vencía a sus gigantes (cual Quijote)y la justicia poética "pateaba el culo" de sus compañeros. Moraleja: has sido más original que mi subconsciente lector.
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