Aún así, mi fe en Dios y el amor hacia mi Rey, me han hecho pelear como un valiente soldado.
Mi padre, nunca hubiera aprobado mi inclusión en la Liga Santa, porque como buen cirujano, su vida la dedicó a salvar la de los demás.
Me pregunto qué será de mis hermanos; Andrés, Andrea y mi querida Luisa, que, recogida en su clausura, habrá rezado por la victoria de nuestras tropas.
Sólo Dios y nuestra fe en el, han hecho posible que hoy pueda relatarte la batlla más importante de la historia, en la que he tenido el honor de combatir y salir airoso.
A las 7 de la mañana del 7 de Octubre de 1571, tras años de tranquilidad, llegó el trajín de las armas. Los soldados subian uno a uno a las galeras a través de una estrecha plataforma de madera roida por el paso del tiempo.
Nuestra coalición cristiana estaba formada por los Estados Pontificios; la República de Venecia, la Orden de Malta, la República de Génova, el Ducado de Saboya y por el Reino de España. Contábamos con sólo sesenta galeras, armadas y artilladas, pero esto no nos impidió armarnos de valor y enfrentarnos a los turcos.
Tras la aprobación de los dos bandos, llegó el momento de la verdad, y el fuego se abrió a discreción, lo que hizo que algunas naves turcas, empezasen a naufragar, facilitándonos nuestro posterior triunfo.
Aunque, querida Luisa, he de decirte que jamás hubiese podido imaginar un mar tan cubierto de sangre, como tampoco que una de aquellas flechas, que los enemigos utilizaban sin compasión, alcanzase mi mano.
Cuentas la batalla como si la estuvieses viviendo. Y Cervantes, en ella, se muestra tranquilo, sereno.
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