EL GRECO
Candía, 1541. Un matrimonio estaba de celebración, acababa de nacer su primer hijo, Doménikos Theotokópoulos, un niño moreno, de ojos oscuros y piel blanquísima: un niño que iba a ser más famoso de lo que sus padres pudieran haber imaginado. el mismo se imaginaba a lo que iba
Era un día como otro, Doménikos se encontraba en su aula, aunque ya habían terminado sus clases. Cómo siempre él como siempre se quedaba a pensar en sus cuadros, en cómo poder llegar más alto. Se quedó mirando su último cuadro y vio que sobre ellos recaían todas esas pinceladas que sus maestros italianos le habían enseñado y eso no le gustó del todo, porque para ser un gran pintor él mismo debía crear su propia tendencia, no parecerse a algo que otros ya habían hecho Así que tomó la decisión de ir en busca de su propia inspiración, pero aunque sabia que solo viendo mundo no la encontraría. Así que se fue a estudiar a los grandes de Italia, como a Miguel Ángel. Se puso en marcha y emprendió su viaje.
Primero llegó a Venecia. Estaba completamente solo, él y su poco equipaje que llevaba encima, en cuyo interior había sobre todo instrumentos y utensilios para pintar. Lo primero que buscó fue una posada para descansar del tan largo viaje. Cuando entró, el mundo le cayó a sus pies; vio a un ángel y casi al mismo tiempo pensó que quería pintarlo, que debía ser su musa, su inspiración. Era una mujer bellísima, era alta, muy blanca, con los ojos claros, las mejillas sonrosadas y los cabellos como el oro. Era perfecta y pensó que ella debería estar plasmada es uno de sus cuadros. Se quedaron mirando y fue como si estuviera en el mismísimo infierno y sin embargo estaba sumido en su propio pensamiento.
Entró en la habitación y descargó el equipaje en el suelo y aunque solo tenía una cosa en su pensamiento: ella. Se armó de valor y bajó a la taberna donde supuestamente se encontraría ella. Cuando entró le volvió ese aire a infierno que le llegó anteriormente. Se acercó a ella y se presentó:
-Hola bella dama - dijo un poco avergonzado.
-Hola.
El corazón se le paró al ver ese aire de reproche que llevaba encima aquella bellísima dama, así que se giró y subió corriendo a la habitación y sacó un lienzo y su pincel y empezó a plasmar toda su rabia. Se paso toda la noche pintado y a la mañana siguiente salió de allí como si se le terminara el mundo, le pago al posadero y se fue. Llego a la plaza San Marco y se sentó enfrente de la catedral. Pasó como dos horas allí sentado sumido en su propio sueño Durante todo ese tiempo vio pasar a mucha gente, pero solo se quedó mirando durante un rato a un anciano ciego que iba pidiendo. En ese mismo instante se le ocurrió cómo arreglar el desastroso cuadro que había hecho la noche anterior. Cuando terminó de arreglarlo hacerlo se quedó mirándolo y vio cómo empezaba a florecer su inspiración.
Pensó que su estancia allí ya se había terminado y volvió a emprender su viaje. En Roma le esperaba el Cardenal Alejandro Farnesio, que con recomendación de Giulio Clovio, le ofreció estancia en su palacio hasta que el pudiera encontrar con qué apañarse.
Tuvo un buen recibimiento pero se encontraba muy cansado así que se disculpó y se fue a su habitación. Cuando ya estuvo bien descansado se fue a charlar con Farnesio y a la vuelta del pasillo se encontró con ella su ser angelical y el cuyo su reprocho le había causado tanto dolor. Ella se quedó mirando su rostro, recordando su encontronazo y él se quedó otra vez sumido en su propio infierno, pero aunque esta vez era diferente, eran los dos los que sentían ese ardiente ardor por su pecho. Ella que llevaba unas tazas en la mano se le cayó como si de repente se le hubieran quitado todas sus fuerzas. Él al ver esa reacción, se agachó a recoger las tazas, que por suerte no se habían roto. Cuando subió para dárselas, sus ojos se quedaron penetrando en los de ella y sintió que podía quedarse así toda su vida. Ella, avergonzada cogió las tazas y se fue corriendo, el se quedo perplejo y siguió su rumbo. Estuvo un rato deambulado por los grandes jardines con Farnesio hablando de sus pinturas y de los retablos que se encontraban en la iglesia de Candía, que al parecer eran muy famosos. Cuando se dirigía a su habitación se volvió a encontrar con ella, pero estaba vez no consentiría oír el aire entre ellos dos, sino hablar con ella. Se acercó y se pusieron a hablar.
-Hola bellísima dama, esta vez podremos hablar o vas a dejarme sin respiraron otra vez.
-Yo…es que…no -dijo muy avergonzada- lo que pasó el otro día fue una tontería.
Empezaron a hablar y se pasaron casi todo la noche hablando y sintió que se estaba enamorando….y no se lo pensó mas, la besó sin más y sintió que su mundo desaparecía, que solo existían ellos dos y nadie más. Lo que ellos no veían era que tras las pareces se encontraba el mayordomo del cardenal, el cual que estaba tremendamente enamorado de ella y no dejaría escapar una oportunidad teniéndola tan cerca.
Doménikos y Aradna, que así es como se llamaba, pasaron la noche juntos pero lo que Doménikos no se esperaba es que el Cardenal lo llamara a primera hora de la mañana solo para comunicarle que estaba expulsado de la catedral y que no esperaba volverlo a ver jamás. Doménikos se quedó perplejo y fue corriendo a decírselo a Aradna. Como se encontraban en un estado de enamoramiento total, Aradna decidió dejar su puesto como criada e irse con él.
Salieron a la calle y se veían solos, sin nada, ni siquiera un lugar donde poder dormir, pero estaban juntos y para ellos era todo y no necesitaban nada más.
Muchos años después…
La vida de Doménikos empezaba a sonreírle de verdad, se cáso con Aradna y tuvieron tres hijos, Jorge, Raffaella y Martina. Doménikos entró como maestro de miniaturas. Jorge, el hijo mayor, no era de Aradna. Aparte de seguir los pasos de su padre sobre en lo relacionado a la pintura también le gustaban los libros, le encantaba leer poesía y se pasaba el día recitando. Doménikos siempre recordaba el mismo:
Si más bien te viera,
Tú no lo querías saber,
Porque aunque no te quiera,
Tú eres todo mi deber
Si tu mi fiel eres,
Y yo no te quiero ni ver,
Tu a mi me vieres
Lo que yo a ti no te quiero ni ver.
Mi amor quieres ver
Pero yo no te hago saber,
Que aunque no te quiera
Tú eres todo mi deber
Le gustaba tanto porque le recordaba al encuentro que tuvo por primera vez con Arandna y el odio que sintió hacia ella cuando lo reprocho.
A Doménikos le volvió el mismo sentimiento que tuvo en Candía antes de marchar a ver mundo, que su inspiración había disminuido y como ya estaba viejo decidió que deberían marcharse a España y acabar sus vidas allí.
Doménikos y Aradna, junto a sus hijos siguieron todo lo que quedaba de su vida allí, en Toledo. Pocos años después de su estancia en Toledo, Doménikos cayó gravemente enfermo y como ya le pesaban los años duró poco más de año y medio.
Aradna se quedó muy sola. Tenía a sus hijas, pero ella siempre recordaba aquellos momentos, en Roma, la noche en el palacio, la noche en la posada, su reproche y cada día iban sumándose más cosas. Aradna a causa de su dolor, se encerró en una habitación y se pasó dos semanas sin comer ni beber lo que le causó su muerte, cosa que ella quería que ocurriera porque significaría el reencuentro con Doménikos.
Vaya,vaya.. que historia más interesante,con infidelidades y todo.
ResponEliminaMe ha gustado mucho Claudia y también los nombres (aunque raros).
¡Muy bien!
Relato muy documentado y con muchas referencias históricas.
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