EL GRECO
Primero llego a Venecia, estaba completamente solo, el y su poco equipaje que llevaba encima, que la mayoría de cosas eran para pintar, lo primero que busco fue una posada para descansar del tan largo viaje. Cuando entro, el mundo le cayo a sus pies, vio a un ángel, pensó que quería pintarlo que debía de ser su musa, su inspiración, era una mujer, bellísima, era alta, muy blanca, los ojos claros, las mejillas sonrosadas y los cabellos como el oro, era perfecta y pensó que ella debería estar plasmada es uno de sus cuadros. Se quedaron mirando y fue como si estuviera en el mismísimo infierno y estaba sumido en su propio pensamiento.
Entro en la habitación y descargo el equipaje en el suelo y solo tenia una cosa en su pensamiento, ella. Se armo de valor y bajó a la taberna donde supuestamente se encontraría ella. Cuando entro le volvió ese aire a infierno que le llego anteriormente. Se acerco a ella y se presento:
-Hola bella dama-dijo un poco avergonzado.
-Hola.
El corazón se le paro al ver ese aire de reproche que llevaba encima la pobre desdichada. Así que se giro y subió corriendo a la habitación y saco un lienzo y su pincel y empezó a plasmar toda su rabia. Se paso toda la noche pintado y a la mañana siguiente salio de allí como si se le terminara el mundo, le pago al posadero y se fue. Llego a la plaza San Marco y se sentó enfrente de la catedral. Paso como dos horas allí sentado sumido en su propio sueño, durante todo ese tiempo vio pasar a mucha gente, pero solo se quedo mirando durante un rato a un anciano ciego que iba pidiendo. En ese mismo instante se le ocurrió como arreglar el desastroso cuadro que había hecho la noche anterior. Cuando termino de arreglarlo se quedo mirándolo y vio como empezaba a florecer su inspiración y en honor al viejecillo titulo este cuadro como “Curación del nacido ciego”
Pensó que su estancia allí ya se había terminado y volvió a emprender su viaje. En Roma le esperaba el Cardenal Alejandro Farnesio, que con recomendación de Giulio Clovio, le ofreció estancia en su palacio hasta que el pudiera encontrar con que apañarse.
Tuvo un buen recibimiento pero se encontraba muy cansado así que se disculpo y se fue a su habitación. Cuando ya estuvo bien descansado se fue a charlar con Farnesio y a la vuelta del pasillo se encontró con ella, su ser angelical y el cual su reprocho le había causado tanto dolor. Ella se quedo mirando su rostro, recordando su encontronazo y el se quedo otra vez sumido en su propio infierno, pero esta vez era diferente, eran los dos los que sentían ese ardiente ardor por su pecho. Ella que llevaba unas tazas en la mano se le cayeron, como si de repente se le hubieran quitado todas sus fuerzas, el al ver esa reacción, se agacho a recoger las tazas, que por suerte no se habían roto. Cuando subió para dárselas sus ojos se quedaron penetrando en los de ella y sintió que podía quedarse así todo su vida. Ella avergonzada cogió las tazas y se fue corriendo, el se quedo perplejo y siguió su rumbo. Estuvo un rato deambulado por los grandes jardines con Farnesio hablando de sus pinturas y de los retablos que se encontraban en la iglesia de Candía, que al parecer eran muy famosos. Cuando se dirigía a su habitación se volvió a encontrar con ella, pero estaba vez no consentiría oír el aire entre ellos dos, si no hablar con ella. Se acerco y se pusieron a hablar.
-Hola bellísima dama, esta vez podremos hablar o vas a dejarme sin respiraron otra vez?
-Yo…es que..no -dijo muy avergonzada- lo que paso el otro día fue cosa del pasado.
Empezaron a hablar y se pasaron casi todo la noche hablando y sintió que se estaba enamorando….y no se lo pensó mas, la besó sin mas y sintió que su mundo desaparecía, que solo existían ellos dos y nadie mas. Lo que ellos no veían era que tras las pareces se encontraba el mayordomo del cardenal, el cual estaba tremendamente enamorado de ella y no dejaría escapar una oportunidad teniéndola tan cerca.
Doménikos y Aradna, que así es como se llamaba, pasaron la noche juntos pero lo que Doménikos no se esperaba es que el Cardenal lo llamara a primera hora de la mañana solo para comunicarle que estaba expulsado de la catedral y que esperaba ni volverlo a ver jamás. Doménikos se quedo perplejo y fue corriendo a decírselo a Aradna. Como se encontraban en un estado de enamoramiento total, Aradna decidió dejar su puesto como criada y irse con el.
Salieron a la calle y se veían solos, sin nada, ni siquiera un lugar donde poder dormir, pero estaban juntos y para ellos era todo y no necesitaban nada más.
Muchos años después…
La vida de Doménikos empezaba a sonreírle de verdad, se caso con Aradna y tuvieron tres hijos, Jorge, Raffaella y Martina. Doménikos entro como maestro de miniaturas. Jorge, el hijo mayor, no era de Aradna,(pero eso es otra historia). A parte de seguir los pasos de su padre sobre la pintura también le gustaban los libros, le encantaba leer poesía y se pasaba el día recitando. Doménikos siempre recordaba el mismo:
Si más bien te viera,
Tú no lo querías saber,
Porque aunque no te quiera,
Tú eres todo mi deber
Si tu mi fiel eres,
Y yo no te quiero ni ver,
Tu a mi me vieres
Lo que jo a ti no te quiero ni ver.
Mi amor quieres ver
Pero yo no te hago saber,
Que aunque no te quiera
Tú eres todo mi deber.
Le gustaba tanto porque le recordaba al encuentro que tuvo por primera vez con Arandna y el odio que sintió hacia ella cuando lo reprocho.
A Doménikos le volvió el mismo sentimiento que tuvo en Candía antes de marchar a ver mundo, que su inspiración había disminuido y como ya estaba viejo decidió que deberían marcharse a España y acabar sus vidas allí.
Doménikos y Aradna, junto a sus hijos siguieron todo lo que quedaba de su vida allí, en Toledo. Pocos años después de su estancia en Toledo, Doménikos cayo gravemente enfermo y como ya le pesaban los años duro poco mas de año y medio.
Aradna se quedo muy sola, tenia a sus hijas, pero ella siempre recordaba aquellos momentos, en Roma, la noche en el palacio, la noche en la posada, su reproche y cada día iban sumándose mas cosas. Aradna a causa de su dolor, se encerró en una habitación y se paso dos semanas sin comer ni beber lo que le causo su muerte, pero a su parecer, el reencuentro con Doménikos, que según ella iba a ser muy diferente de la primera vez que se vieron.
CLAUDIA RUBIO PONS
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