Educar para civilizar
Fernando Savater
Hace más o menos un año, con motivo de una desafortunada e insolidaria
actuación del alcalde de Milán respecto a unos inmigrantes albaneses, Umberto
Eco se preguntaba en un artículo qué puede hacerse como respuesta a tales
comportamientos incivilizados. Desde luego, decía Eco, es superfluo recordarle
al señor alcalde los principios de la dignidad humana y sus derechos, porque si
no los conoce ya a sus años es difícil que vaya a aprenderlos de un día para
otro. Lo único efectivo a medio y largo plazo es educar a los hijos de ese
alcalde y a los de quienes le votaron para que sientan repugnancia racional
ante la discriminación. Y también para que comprendan que la ciudadanía
verdadera consiste en compartir derechos universales y no en sentirse parte de
un pueblo o comunidad privilegiada, cerrada sobre sí misma y recelosa ante los
desafortunados.
Este es el objetivo de dos campañas de las que quisiera darles breve
noticia. La primera de ellas está promovida por una de las ONG más fiables que
existen en la actualidad, Médicos del Mundo, y propone una tarea de
sensibilización acerca del lenguaje que utilizamos corrientemente (y sobre
todo, que utilizan los medos de comunicación) a propósito de los inmigrantes.
Los destinatarios de esta campaña, según la sabia recomendación de Umberto Eco,
son los colegiales de ESO y bachillerato.
La xenofobia es una actitud que no se contagia tanto por las ideas (en
general, los xenófobos carecen de ellas) como por las palabras. Pensemos, por
ejemplo en el uso descalificador que ciertos nacionalistas de nuestro país dan
hoy al término “español” o -los más finos y, por tanto, más repugnantes- a su
ridícula variante de “españolista”. No califican objetivamente nada, sino que
expresan solamente una voluntad de excluir o rechazar a aquellos con quienes
deben -subrayemos el deben, porque de ese deben no hay escape- seguir
conviviendo. La campaña de Médicos del Mundo se refiere a los usos verbales
discriminadores para referirse a los inmigrantes, muchos ya casi oficializados
y manejados aún por personas que no se consideran en modo alguno xenófobas. El
más característico es el de hablar de “inmigrantes ilegales”, o incluso
sencillamente “ilegales”. ¿Cómo puede ser ilegal una persona? El principio básico
de dignidad en que se basan los derechos humanos consiste en no juzgar nunca lo
que las personas son, sino limitarse a valorarlas por lo que hacen. Puede
ser ilegal o irregular una forma de inmigración, pero nunca la persona que la
practica. Se empieza por hablar de gente “ilegal”, se pasa luego a calificar a
esos mismos o a otros de “gente de dignidad cero” y se termina apoyando leyes
de limpieza étnica o de exterminio higiénico de delincuentes.
La segunda campaña viene promovida por la UNICEF del País Vasco, y su
objetivo es explicar a las niñas y niños el contenido de la Convención sobre
los Derechos del Niño, aprobada en 1989 y ratificada ya por 191 países, entre
ellos afortunadamente el nuestro. Da a conocer a los más jóvenes esos derechos
-que enlazan desde su categoría de edad con los derechos humanos básicos- es el
primer paso para hacerles entender que hay que respetar los derechos de todos
los demás, así como también exigirlos cuando son violados donde fuere y
solidarizarse con quienes sufren tales violaciones. Es importante subrayar
desde el principio que tales derechos no son algo que se tiene de modo pasivo,
sino un instrumento para participar en lo común y para responsabilizarse por lo
que afecta a los semejantes. ¡Ojalá que esta iniciativa pedagógica tenga éxito
precisamente en el País Vasco, donde tanto se necesita defender lo que nos une
al distinto frente a quienes no pretenden más que oponer y disgregar!
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