La aventura de ir a trabajar
Me llamo Richard y trabajo en una empresa americana internacional. Me han destinado a Hong-Kong solo por humillar a mi jefe el día de su cumpleaños, aunque lo hice sin querer, porque yo tenía que hacer una biografía de él. Reconozco que dije cosas que debí haber dicho. O mucho. Arruiné su matrimonio porque conté que cada semana tenía amantes diferentes; y también conté sus cosas más personales. Nunca debí hacerlo.
Todos los días me levanto a las seis en punto para ir a trabajar y a las seis y cuarto salgo de mi casa y veo salir el sol y toda la ciudad cubierta por una espesa niebla. Es una imagen preciosa, pero esta ciudad esconde un gran peligro.
Las calles a esas horas ya están llenas de bandas, ladrones, camellos… Debo ir con cuidado si no quiero ser robado o atracado. Se debe intentar ir por las calles más llenas de gente, aunque a esas horas no haya mucha gente, y conocer las calles que están “limpias” de esos tipos. Ese es el motivo de que siempre llegue a trabajar tres cuartos de hora después de que salga de casa.
Una vez llegué tarde porque habían cerrado una calle a causa de una disputa doméstica. El marido y la mujer se gritaban entre ellos en medio de la calle y ni siquiera los policías se atrevían a acercarse. Esos dos se insultaban y cada vez que alguien se disponía a acercarse para tranquilizarlos recibía un moratón en un ojo por cortesía de la mujer tan simpática. Tuve que coger otra calle para llegar sano y salvo al trabajo.
Después de eso, en esa nueva calle un muchacho de quince años se puso delante de mí con una navaja y me dijo con voz temblorosa que le diera todo el dinero que yo llevara y el maletín, donde yo tenía todo el papeleo de mi aburrido trabajo. Ese muchacho parecía tener miedo de mí, incluso de no querer hacer eso. Así que le pregunté, en mi chino vulgar y atrofiado, porqué hacía esto. Me esforcé para entenderle pero me dijo que era para que su madre pudiera comprar algo de comida y que dejara de ser prostituta. Así que le di algo del dinero que llevaba encima y seguí mi camino
Luego pasé por el otro lado de la calle donde la mujer discutía con su marido. El marido estaba inconsciente en el suelo y había tres policías sujetando a la mujer. Pensé que nunca me casaría con esa mujer.
Cuando llegué a la oficina, reñí con mi jefe y pude controlarme para no darle un buen puñetazo, me dijo que era un incompetente y que no se estañaba nada que yo hubiera sido destinado allí. Cada día en esta ciudad es una gran aventura para mí. No debí hablar así de mi jefe.
Cristobal García Villanueva
Moises, ya he corregido la historia. En cuanto a lo del presonaje, es una persona que no se conforma con nada y también un poco egoísta, y egocentrico
ResponEliminaOs dije que editarais los cambios en la MISMA ENTRADA.
ResponEliminademasiado tarde...
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