dimarts, 27 de juny del 2017

El lenguaje sexista - Rosa Montero



ROSA MONTERO
El Lenguaje sexista
El País Semanal 9 de Abril de 1995
 Hay bastantes expresiones tradicionales que comienzan a resultar ridículas para muchos oídos: entre ellas la utilización de `él hombre' como genérico.
Hace poco leí un artículo en este periódico escrito por un amigo y compañero cuyo trabajo aprecio. Tal vez este comienzo resulte un tanto equívoco: he observado a menudo que, en cuanto que alguien dice "mi admirado colega", suele ser porque en realidad le odia malamente; y no hay como ver a dos hombres (casi siempre son varones quienes participan en este rito) palmeándose mutuamente la espalda al efusivo grito de "¿Qué hay de nuevo, maestro?", para deducir con casi total seguridad que ambos caballeros son enemigos íntimos. Pues bien, en mi caso es cierto que disfruto mucho con los escritos de Javier Marías, que es el amigo al que antes me refería; pero eso no evita que en ocasiones, como ésta (en realidad no recuerdo otra), no comparta su opinión. El artículo se titulaba Cursilerías lingüísticas y expresaba con la gracia literaria habitual en Marías una opinión muy vieja. Venía a decir que el lenguaje puede parecer sexista pero que en definitiva no lo es ("la lengua es un instrumento útil, y como tal está lleno de convenciones que en sí mismas no presuponen necesariamente discriminación); y en concreto sostenía, citándose a sí mismo de un texto anterior, que no había que abolir la palabra hombre como genérico (en frases como "el hombre contemporáneo", por ejemplo) en favor de la cursilería feminista". Es cierto que algunas feministas radicales (sobre todo las francesas, como Wittig o Cixous) han caído no ya en una
cursilería lingüística (el uso mismo del adjetivo cursi, por cierto, ya no es neutro, sino muy tópicamente femenino: a los hombres se les critica con calificativos negativos de más peso), sino en el disparate intelectual de proponer un lenguaje alternativo completamente artificial y lleno de inventos bárbaros tales como m/e o y/ o. Pero sus trabajos se insertan dentro de las nuevas corrientes de la lingüística y son equiparables a los de sesudos varones como Derrida: todos ellos, unas y otros, me parecen igual de delirantes. Y es que la lengua no es sólo un instrumento útil, sino mucho más. La lengua está pegada a la sociedad de la que forma parte de la misma manera que la piel se pega al cuerpo: con idéntica intimidad y encarnadura. Y, al igual que una epidermis, sigue la superficie corporal hasta en su más ínfimo detalle: en cada repliegue, en cada curva, en un grano pasajero o en la sutura permanente de una cicatriz. La lengua es un sistema vivo, como el tejido dérmico; y responde al ser al que recubre. Quiero decir con esto que la lengua reproduce fielmente al cuerpo que hay debajo. Y las sociedades no son neutras, el mundo no es neutro, el pensamiento no es neutro, las palabras no son neutras. Una sociedad machista y patriarcal, como todas lo han sido durante milenios, construye un lenguaje patriarcal y machista. Que la palabra hombre sea genérica no es sólo una convención útil: es además una convención útil específicamente emanada de una sociedad en la que el varón era la medida de todas la cosas. Y como este ejemplo hay muchos otros: concordancias, géneros, incluso orden expositivo, porque lo normal es anteponer el sexo masculino al femenino, o sea, decir "niños y niñas” y no al contrario. De modo que la lengua es sexista, puesto que la sociedad que la creó lo fue en grado superlativo y aún lo es. Pero además es que la lengua cambia constantemente.
Como todo sistema vivo, está en perpetua evolución. El cuerpo crece, se arruga, se hiere, se tuesta, engorda y adelgaza, y la piel va detrás, adaptándose a todas las mudanzas. Por eso, porque me fascina esa cualidad viva y móvil del lenguaje, es por lo que detesto ese afán seudoacadémico que algunos muestran en fijar y atrapar la lengua como quien atrapa una mariposa: y ahora no hablo de Marías, sino de todos esos que se ofenden ante los neologismos, por ejemplo, como si les hubieras mentado a su santa madre. Sin neologismos no existiría hoy el español: seguiríamos hablando todos en latín. Una lengua quieta es una lengua muerta. Cuando cambian sustancialmente las ideas, la vida y las costumbres de una sociedad, cambia también la lengua. Por ejemplo, hoy ya no se utiliza la palabra amo en su sentido literal, porque indica una relación de servilismo que se quedó caduca. Teniendo en cuenta que la evolución del papel de la mujer en las últimas décadas ha sido descomunal, ¿cómo podemos creer que la lengua va a seguir siendo en ese punto tal y como era antes, que va a permanecer en eso de espaldas a la vida, desfasada? Muchas mujeres y hombres intentan encontrar hoy formas menos sexistas de expresar-se: hay cierta perplejidad, propia del brusco cambio social, y se debate si hay que decir- jueza o juez, pongo por caso. 'Todo ello me parece muy lógico, muy sano, muy dentro dela vitalidad de la lengua, de su proceso habitual de formación: ya se encargará la propia lengua de olvidar las barbaridades nuevas que resulten chirriantes y de adoptar las buenas invenciones. De la misma manera, y por el otro lado, hay bastantes expresiones tradicionales que comienzan a resultar chocantes, anacrónicas y ridículas para muchos oídos: entre ellas, por ejemplo, la utilización de el hombre como genérico. Hace muchos años que yo jamás lo uso. Utilizo persona o ser humano.
No sé si Marías me lee; y no sé si habrá percibido en mis textos esa abolición de el hombre como una cursilería feminista. Más bien creo que, de leerme, no lo habrá advertido: porque el ya muy extendido uso de persona o ser humano (y no es más que un ejemplo) está perfectamente integrado en la lengua mutante. En este caso, lo que empieza a ser chirriante es lo contrario.

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