ROSA MONTERO
El Lenguaje
sexista
El País
Semanal 9 de Abril de 1995
Hay bastantes expresiones tradicionales que
comienzan a resultar ridículas para muchos oídos: entre ellas la utilización de
`él hombre' como genérico.
Hace poco
leí un artículo en este periódico escrito por un amigo y compañero cuyo trabajo
aprecio. Tal vez este comienzo resulte un tanto equívoco: he observado a menudo
que, en cuanto que alguien dice "mi admirado colega", suele ser
porque en realidad le odia malamente; y no hay como ver a dos hombres (casi
siempre son varones quienes participan en este rito) palmeándose mutuamente la
espalda al efusivo grito de "¿Qué hay de nuevo, maestro?", para
deducir con casi total seguridad que ambos caballeros son enemigos íntimos.
Pues bien, en mi caso es cierto que disfruto mucho con los escritos de Javier
Marías, que es el amigo al que antes me refería; pero eso no evita que en ocasiones,
como ésta (en realidad no recuerdo otra), no comparta su opinión. El artículo
se titulaba Cursilerías lingüísticas y expresaba con la gracia literaria
habitual en Marías una opinión muy vieja. Venía a decir que el lenguaje puede
parecer sexista pero que en definitiva no lo es ("la lengua es un
instrumento útil, y como tal está lleno de convenciones que en sí mismas no
presuponen necesariamente discriminación); y en concreto sostenía, citándose a
sí mismo de un texto anterior, que no había que abolir la palabra hombre como
genérico (en frases como "el hombre contemporáneo", por ejemplo) en favor
de la cursilería feminista". Es cierto que algunas feministas radicales
(sobre todo las francesas, como Wittig o Cixous) han caído no ya en una
cursilería
lingüística (el uso mismo del adjetivo cursi, por cierto, ya no es neutro, sino
muy tópicamente femenino: a los hombres se les critica con calificativos
negativos de más peso), sino en el disparate intelectual de proponer un lenguaje
alternativo completamente artificial y lleno de inventos bárbaros tales como m/e
o y/ o. Pero sus trabajos se insertan dentro de las nuevas corrientes de la
lingüística y son equiparables a los de sesudos varones como Derrida: todos
ellos, unas y otros, me parecen igual de delirantes. Y es que la lengua no es
sólo un instrumento útil, sino mucho más. La lengua está pegada a la sociedad
de la que forma parte de la misma manera que la piel se pega al cuerpo: con
idéntica intimidad y encarnadura. Y, al igual que una epidermis, sigue la
superficie corporal hasta en su más ínfimo detalle: en cada repliegue, en cada
curva, en un grano pasajero o en la sutura permanente de una cicatriz. La
lengua es un sistema vivo, como el tejido dérmico; y responde al ser al que
recubre. Quiero decir con esto que la lengua reproduce fielmente al cuerpo que
hay debajo. Y las sociedades no son neutras, el mundo no es neutro, el
pensamiento no es neutro, las palabras no son neutras. Una sociedad machista y
patriarcal, como todas lo han sido durante milenios, construye un lenguaje
patriarcal y machista. Que la palabra hombre sea genérica no es sólo una
convención útil: es además una convención útil específicamente emanada de una
sociedad en la que el varón era la medida de todas la cosas. Y como este
ejemplo hay muchos otros: concordancias, géneros, incluso orden expositivo, porque
lo normal es anteponer el sexo masculino al femenino, o sea, decir "niños
y niñas” y no al contrario. De modo que la lengua es sexista, puesto que la
sociedad que la creó lo fue en grado superlativo y aún lo es. Pero además es
que la lengua cambia constantemente.
Como todo
sistema vivo, está en perpetua evolución. El cuerpo crece, se arruga, se hiere,
se tuesta, engorda y adelgaza, y la piel va detrás, adaptándose a todas las
mudanzas. Por eso, porque me fascina esa cualidad viva y móvil del lenguaje, es
por lo que detesto ese afán seudoacadémico que algunos muestran en fijar y
atrapar la lengua como quien atrapa una mariposa: y ahora no hablo de Marías,
sino de todos esos que se ofenden ante los neologismos, por ejemplo, como si
les hubieras mentado a su santa madre. Sin neologismos no existiría hoy el
español: seguiríamos hablando todos en latín. Una lengua quieta es una lengua
muerta. Cuando cambian sustancialmente las ideas, la vida y las costumbres de
una sociedad, cambia también la lengua. Por ejemplo, hoy ya no se utiliza la
palabra amo en su sentido literal, porque indica una relación de servilismo que
se quedó caduca. Teniendo en cuenta que la evolución del papel de la mujer en
las últimas décadas ha sido descomunal, ¿cómo podemos creer que la lengua va a
seguir siendo en ese punto tal y como era antes, que va a permanecer en eso de
espaldas a la vida, desfasada? Muchas mujeres y hombres intentan encontrar hoy
formas menos sexistas de expresar-se: hay cierta perplejidad, propia del brusco
cambio social, y se debate si hay que decir- jueza o juez, pongo por caso. 'Todo
ello me parece muy lógico, muy sano, muy dentro dela vitalidad de la lengua, de
su proceso habitual de formación: ya se encargará la propia lengua de olvidar
las barbaridades nuevas que resulten chirriantes y de adoptar las buenas
invenciones. De la misma manera, y por el otro lado, hay bastantes expresiones
tradicionales que comienzan a resultar chocantes, anacrónicas y ridículas para
muchos oídos: entre ellas, por ejemplo, la utilización de el hombre como genérico.
Hace muchos años que yo jamás lo uso. Utilizo persona o ser humano.
No sé si
Marías me lee; y no sé si habrá percibido en mis textos esa abolición de el
hombre como una cursilería feminista. Más bien creo que, de leerme, no lo habrá
advertido: porque el ya muy extendido uso de persona o ser humano (y no es más
que un ejemplo) está perfectamente integrado en la lengua mutante. En este
caso, lo que empieza a ser chirriante es lo contrario.
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