19 mujeres brillantes que no estaban en el canon occidental hasta ahora - E
sther Miguel Trula
@flamencastone
A
Javier Marías no le parece que Gloria Fuertes sea
“una grandísima poeta”. Es una opinión tan respetable como otra
cualquiera, por supuesto, pero el columnista de El País ha vuelto a
levantar ampollas con
su texto de este fin de semana al respecto. De su mensaje se
A
Javier Marías no le parece que Gloria Fuertes sea
“una grandísima poeta”. Es una opinión tan respetable como otra
cualquiera, por supuesto, pero el columnista de El País ha vuelto a
levantar ampollas con
su texto de este fin de semana al respecto. De su mensaje se recogía no sólo una duda del valor literario de
una de las autoras a las que más se está reivindicando últimamente en el panorama español, sino de las mismas dinámicas mediáticas que lo han provocado.
Marías parecía decir que, sea o no cierto que a se ha despreciado a
las escritoras a lo largo de la historia (donde los hombres han dominado
inmensamente el panorama sin que eso angustiase a los estamentos hasta
hace poco más de un siglo), el hecho de que
ahora se esté recuperando a “cualquier mujer oscura o recóndita”
hace que se desvirtúen los estándares de calidad, que se
sobredimensione a autoras que en realidad no merecen tanto la pena para
perjuicio del Dios de las letras y, sobre todo, de los lectores.
El escritor se queja, en esencia, de
que el sexismo inverso nos está colando a escritoras mediocres.
Como bien señalaba, hay muchísimas grandes escritoras en la historia
(algunas de las cuales sí tuvieron que pelear para encontrar un justo
reconocimiento a ese talento propio que sus coetáneos le negaban),
muchas más de las que él ha citado en su pequeño texto. Pero nosotros no sólo defendemos que existan, sino que esta misma dinámica de apertura está causando
una suerte de justicia y de riqueza literaria
que, sin una conciencia de activismo feminista, muy probablemente nos
hubiese dejado huérfanos de muchos referentes. Si la mayoría de nuestras
bibliotecas está
en un 85% compuesta de nombres en masculino, no puede hacernos ningún mal oír unos cuantos referentes del otro género.
Redactores del medio y amigos nos lanzan algunas recomendaciones ex profeso. Disfrutemos de la literatura y
disfrutemos de lo que nos han contado las mujeres.
Lucía Berlin
Por
Antonio Ortiz:
Lucia Berlin ha sido mi gran flechazo literario del año con su
"Manual para mujeres de la limpieza". La mayoría de críticas emparienta
su obra con la de Carver, yo la leo más cerca de un Salter pasado por
México y a cuyos personajes, maltratados, les queda poca vida para el
amor. El caso es que Berlin también está siendo un antídoto a mi actitud
contraria a las modas literarias. Si gracias a ellas o al revisionismo
feminista de la historia de la literatura se rescatan obras como ésta ya
habrá merecido la pena.
Elena Garro
Por
Luna Miguel:
“La literatura de Garro debería ser considerada, en calidad y
trascendencia, a la par de las dos obras maestras de Juan Rulfo”. Lo
escribió Geney Beltrán Félix en el prólogo de los cuentos completos de
Elena Garro, la narradora mexicana que fue madre del realismo mágico
—con esa obra cruda llena de personajes femeninos fortísimos— pero que a
ojos de muchos críticos, lectores y editores aún sigue siendo “la mujer
de Octavio Paz”, la “musa de Bioy Casares”, la “inspiradora de Márquez”
y la “admirada de Borges”. Ni mucho menos. Elena Garro no es de nadie.
Elena Garro es Elena Garro.
Willa Cather
Por
Héctor G. Barnés:
Creo recordar que llegué a Mi Antonia, cosas de la vida, por la
canción del mismo título de Emmylou Harris. Quizá también por la
sonoridad del título, al verlo en la estantería de la biblioteca. Lo leí
el mismo verano que a Kerouac, Dos Passos, Burroughs o Capote, y lo
recuerdo especialmente por ser el opuesto a la mayoría de ellos,
ruidosos y furiosos: este retrato de la mujer del Oeste vista a través
de los ojos del hombre es cotidiana, comunitaria, levemente sexual, una
obra plenamente moderna. Como un antecedente de Meek's Cutoff de Kelly
Reichardt.
Belén Gopegui
Por
Pablo Muñoz:
¿Las razones? Aunque probablemente no pueda estar en la lista de
Marías por cosas típicas de su proceder (falta de diálogo
intergeneracional ¡sigue siendo abiertamente de izquierdas y no
socialdemócrata!) y PERFIL, las razones por las que mola? Ha captado
mejor que nadie las tensiones de la democracia (El padre de
Blancanieves), ha hecho un tipo de novela muy europea y llena de
detalles visuales y experimentales sin prescindir de argumento o
personajes (Lo Real) y, básicamente, se ha resistido estoicamente al
manierismo y a hacer siempre lo mismo (¿a qué se parece El comité de la
noche?)
Y por
Domingos en Chándal:
Por enseñarnos cómo nos atraviesa el poder y abrirnos los ojos acerca
de los mundos posibles, por reclamar la bondad. Por ser peligrosa y dar
vueltas a lo posible.
J. K. Rowling
Por
Andrés P. Mohorte:
De forma arquetípica, la construcción del imaginario juvenil y
adolescente de los chavales occidentales había quedado en manos de
hombres. Stevenson, Twain, Carroll, Verne, etcétera. Y de repente llegó
Rowling y se sacó de la manga la saga juvenil más espectacular,
apasionante y brillante no sólo de su generación, sino de la historia de
la literatura, y con un punto de suerte y de siglo XXI (viralidad
mediante) la convirtió en un fenómeno de masas.
Hoy Potter y compañía son personajes construidos sobre bases tan
atípicas (dentro de la normatividad) que han conquistado a niños y niñas
de todo el mundo por igual, en una fiebre millonaria que ha colocado a
Rowling inevitablemente dentro del "canon", por más que los puristas de
turno la desprecien por su comercialización audiovisual y juguetera. No
hay nada en aquel maravilloso cuarto libro de la saga que palidezca ante
los Huckleberry Finn y las islas del tesoro de la vida. Y además hay
dragones. Larga vida.
Luisa Carnés
Por
Clara Morales:
Se podría reivindicar a Luisa Carnés (1905-1964) solo por lo
excepcional de que una obrera sin formación llegara a publicar con éxito
en la España de los años treinta. Pero su mirada única hacia las
mujeres trabajadoras como ella, su sensibilidad para las estampas
cotidianas y su escritura nada convencional se bastan por sí mismas. Las
editoriales Hoja de Lata y Renacimiento recuperan ahora su obra.
Safo
Por
Eva Paris:
Quiero recomendar a la poetisa Safo, que destaca tanto en su obra más
popular como en la más intimista, y que dio nombre con su ritmo
peculiar a un metro nuevo: la estrofa sáfica.
Natalia Ginzburg
Por
Esther Miguel Trula:
No he leído a nadie que sepa plasmar mejor la belleza de lo ordinario
que Natalia Ginzburg. Con su prosa, precisamente desde unas formas
propias y únicas de la palabra escrita, consigue que nos traslademos
sensorialmente al ámbito de las costumbres. De lo familiar. Su virtud
expresiva es una angustia constante para el lector porque con recursos
sencillos despierta nuestra humanidad, algo que nos afecta todavía más
profundamente cuando en el relato aparecen los episodios de crueldad, de
los que Ginzburg escribe muchas veces desde una suerte de recuerdos
propios.
Hiromu Arakawa
Por
Nacho Requena:
Hiromu Arakawa es una de las escritoras y creadoras de mangas más
importantes de Japón. Su obra magna, FullMetal Alchemist, combina el
toque más divertido y ameno con temas como la codicia, la crueldad del
ser humano o la ambición, todo reflejado a través de sus antagonistas,
los Siete pecados capitales.
Elena Ferrante
Por
Repollo:
Las Novelas Napolitanas me enseñaron las palabras que siempre me
faltaron para describir las complicaciones que surgen en las amistades
entre mujeres, y me dio una mirilla hacia el futuro con la que entender
que las complejidades no acaban y que la amistad no es algo estático.
Además me avisó de todas las maravillosas Lilas que este mundo se está
perdiendo, silenciadas, pobres, vapuleadas y acosadas.
Por
Betina Serrano:
Pocas autoras han generado a su alrededor tanta curiosidad como lo ha
hecho Elena Ferrante. No es para menos: su saga de historias
napolitanas, traducida en España como Dos amigas, es una mano invisible
que te remueve el corazón y las entrañas. No solo hace una radiografía
fantástica de la relación entre dos mujeres desde la infancia hasta la
vejez, sino que también la hace de Nápoles, de la violencia, de las
tumultuosas relaciones que se dan en un barrio de clase obrera y de cómo
las mujeres tienen que salir adelante, apoyarse y fortalecerse a pesar
de los golpes y el yugo al que las someten los hombres de sus vidas.
Pero hay algo más que hace que su figura sea tan enigmática: Elena
Ferrante es un seudónimo de una mujer que ha conseguido vender en su
tierra natal y en todas las tierras donde ha sido traducida. Y eso pica.
Pica tanto que se ha asumido que su identidad es masculina. Pero lo
siento mucho, carcamales. Elena Ferrante es brillante y es única. Y,
además, es una de las nuestras.
Sarah Waters
Por
Martín Cuesta:
Cuando todo el mundo celebraba que Park Chan-wook volviera a dirigir
cine en Corea, yo festejaba que lo hiciera adaptando Fingersmith, la
novela de Sarah Waters. La autora británica ha renovado la narrativa
tradicional isleña, desde Dickens hasta Henry James, añadiendo nuevos
ingredientes a recetas revenidas por el paso del tiempo: relatos
fantasmales explicados desde la lógica de la lucha de clases,
lesbianismo como elemento anexo a la novela social. Casi siempre con
protagonismo femenino. Todo lo que ustedes buscaban, en estos tiempos de
separaciones, para hacer un Brexit a la inversa.
Sarah Kane
Por
Kaoru:
Sarah Kane es crudeza pura. Violencia, sexo, incluso momentos
totalmente gore como en reventado, sus obras son una auténtica bofetada
al estancamiento de lo políticamente correcto en teatro. Además se
ahorcó con los cordones de sus zapatos en un psiquiátrico. Soy fan de
las estrellas fugaces.
Angélica Liddell
Por
Kaoru:
Angélica Liddell ha hecho algo parecido en España. Es un territorio
dominado por el macho alfa, escribe con una voz propia y llena de
poesía. Denuncia total. Y otra cruda como ella sola. Echadle un ojo a El
año de Ricardo.
Mary Shelley
Por
Javier Jiménez:
Mary Shelley soñó con Frankenstein un día verano de 1816,
precisamente el año en no hubo verano. Se la puede considerar, a la vez,
la primera novela de ciencia ficción y una de las mejores novelas de
terror gótico del siglo XIX: pero si por algo debe pasar a la historia
es por ser la novela moderna que mejor entiende el amor.
La literatura romántica es todo un catálogo de pasiones, amoríos y
compromisos. Pero mientras tanto, Shelley retrata el amor no como algo
ciego, sino como algo clarividente: porque solo en la intimidad del amor
se ven cosas que permanecen ocultas; solo la mirada amorosa porque
«hace a los hombres perspicaces» (como dijera Platón y tradujera su
marido); solo a través de ella puede uno conocerse a sí mismo.
Y es que lo que hace que la creación del doctor Frankenstein sea un
monstruo no es que esté hecho de trozos, ni que hubiera vuelto a la vida
gracias al galvanismo: lo que lo hace un monstruo es precisamente que
no haya nadie que quiera verse a sí mismo en su mirada.
Decía el propio Marías en el Corazón tan blanco que "el matrimonio es
una institución narrativa" porque "estar junto a alguien consiste en
buena medida en pensar en voz alta, esto es, en pensarlo todo dos veces
en lugar de una, una con el pensamiento y otra con el relato". Ningún
libro como el de Shelly retrata la angustia de no poder pensarse de esa
manera.
Alejandra Pizarnik (+81)
Por
Javi Sánchez:
Allá por 2003, cuando Javier Marías todavía no se había reducido a la
autocaricatura, se editaron en España los Diarios de Alejandra
Pizarnik, poetisa argentina a la que no hacía falta reivindicar. Pasó un
poco entonces lo que hoy con Gloria Fuertes: los blogs, el tuiter de
entonces, se avivaron un tanto, poco, con el incendio bellísimo e
incontrolado que era la palabra de Pizarnik. Pero claro, era ella
extranjera y ausente y no tenía un lugar predefinido en el Canon de los
Señores, esa biblioteca con forma de y olor a cojones sudados. Pizarnik
no había sido poetisa de los niños, ni Marías tenía por qué atacarla
-estaba ocupado, entonces, escribiendo columnas sobre lo mucho que le
molestaban las manifestaciones incluso dentro de su casa. Y los niños, y
las procesiones, y todo lo que fuese La Gente, como tardamos años en
descubrir-. Su canon, ya hemos visto, es tan limitado como su desprecio:
todo lo que no le suena o no ocupó su infancia no merece un lugar en
esos cojoncitos inamovibles (aquí, por cojones, para esas criaturas
horribles llamadas niños, Christie y Blyton; aquí, en esa extravagancia
cojonera que es considerar la poesía en femenino, Sexton y Dickinson;
aquí, en el desprecio por cojones, todo lo que sea tocar posmórtem lo
que ya asignaron insignes pelvis
previlegiadas).
A Marías le recomendaría leer 'Poesía soy yo', una antología de
Raquel Lanseros y Ana Merino donde se reivindica a 82 poetisas en lengua
castellana, cualquiera de ellas candidata a una columna de Marías o de
cualquier otro de esos señores que, como decía Antonio Lucas en El
Mundo, demuestran que la historia de la modernidad está escrita desde el
escroto. Allí están Pizarnik y Gloria Fuertes, Idea Vilariño y Blanca
Mistral, y así hasta ochenta y dos nombres insignes que a Marías no le
caben en las ingles. Pero recomendárselo a Marías haría 'Más daño que
beneficio'. Mejor que las lean quiénes sepan apreciar la literatura, y
no los que pretenden hacerla de menos por cojones.
Aliette de Bodard
Por
César Viteri:
Hay personas que piensan que la ciencia ficción no puede dar de sí
más que una sucesión interminable de clones de Tropas del espacio, y
desde luego, si por algunos aficionados y autores fuera, así sería.
Aliette de Bodard, en cambio, nos regala ucronías bien trabadas, en las
que las culturas china, azteca y vietnamita del futuro lejano han
colonizado el espacio de muchas maneras. Nos cuenta relatos noir,
cuentos atemporales de emigración, relaciones familiares y sentimiento
de pérdida combinados con intrigantes visiones de una humanidad que se
resiste a dejar de serlo. ¿De verdad queréis otra novela más de marines
espaciales?
Rebecca Solnit
Por
Laura Gómez
En estos tiempos maravillosos en los que la concienciación sobre el
machismo y sus profundas raíces es una lucha diaria a la que estamos
dispuestas a enfrentarnos, y cada vez con más apoyos, la periodista y
ensayista Rebecca Solnit es una de mis plumas favoritas. Ligera y
brillante, ha narrado la crisis del urbanismo en América; ha contado la
historia del capitalismo moderno a través de cinco desastres naturales;
ha hablado sobre el acto de caminar como resistencia, como liberación y
como experiencia estética; y ha escrito uno de los ensayos más
importantes para el feminismo de los últimos años. “Los hombres me
explican cosas” enumera, en clave de humor, diferentes situaciones
cotidianas en las que se dejan ver las jerarquías de poder y la
desigualdad de la mujer frente a los señores que lo saben todo se
convierte en el común denominador de nuestras relaciones sociales. El
problema de fondo es mucho más grave y resulta familiar en la narrativa
cuñada de Marías: silenciar a las mujeres que tienen algo que decir.
Rebecca Solnit, Roxane Gay o Yrsa Daley-Ward harían revolverse al
columnista de El País si pudiera ver más allá del carajillo de las
nueve. Una señal clara de que lo están haciendo bien.
Ama Ata Aidoo
Por
Jónatan Sark
¿Les suena este nombre? Los defensores de la idea de que conocemos
los nombres y obras de grandes autoras porque son grandes y que "ninguna
“conspiración” de varones ha estado interesada en ningunear" a esas
personas pues de lo contrario se las habría olvidado, tienden a dejar de
lado en sus loas al brillo del esfuerzo y el talento que no solo en su
época tuvieron que luchas por un puesto sino que muchas más personas han
tenido que seguir manteniendo vivo su nombre. En algún momento, confío,
veremos publicado en España "How to Suppress Women's Writing" de Joanna
Russ. Mientras tanto podemos ir recordando nombres como los de Taeko
Kōno, Estrella Alfon o este mismo de Ama Ata Aidoo.
No solo la ghanesa es una de las grandes novelistas africanas, con un
discurso muy marcado de intención postcolonialista que ubica a la mujer
y su problemática en el centro de la narración y el discurso, además es
autora de teatro y poetisa. Tan completa que podemos decir con
facilidad que es una de las grandes autores de África. El problema es
que si ya está costando que se conozca a los hombres; que con una
extensísima carrera por fin parezca que el nombre de Ngũgĩ wa Thiong'o
comienza a ser conocido en España pese a llevar más de veinte años
publicando en distintas editoriales, Alfaguara incluida; lograrlo con
autores que se salen incluso más de la norma es un auténtico triunfo.
Ama Ata Aidoo merece ser conocida y recomendada, su único libro
editado en España en la arriesgada y necesaria edición de Casa África
debería gozar de más popularidad. Pero si no hay un movimiento de
reivindicación, no hay gente promoviéndola y buscando una manera de
hacerla más accesible... seguirá siendo para la gran mayoría un nombre
igual de desconocido que en estos momentos. Y aún habrá quien diga que
es por la calidad de ella y no por los privilegios de él.
Shirley Jackson
Por
John Tones:
Shirley Jackson es una de las voces más personales de la literatura
fantástica del siglo XX. Dos de las firmas más influyentes del género,
dos clásicos como Stephen King y Richard Matheson reconocieron una deuda
absoluta con sus tramas y recursos narrativos (y aunque no lo hubieran
hecho: es evidente). Su 'La maldición de Hill House' es esencial para
entender la literatura moderna de casas encantadas, y es la novela más
importante sobre el tema después de las aportaciones de Henry James. Y
su cuento 'La lotería' marcó a una generación de estadounidenses con su
estilo frío y críptico: hoy es estudiado con la misma veneración que los
clásicos de Poe. Su cima, sin embargo, es 'Siempre hemos vivido en el
castillo', una historia desconcertante y enigmática que representa la
cima de su estilo: fría, desapasionada, llena de significados e
innegablemente femenina.
Zenobia Camprubí
Por
Chococriskis:
A pesar de ser consciente de que son muchas las mujeres escritoras a
reivindicar que tienen en su haber una obra maravillosa, me he decantado
por hablar brevemente sobre una figura que ilustra a la perfección lo
que ocurre cuando una voz —y con ella, un espíritu— es ahogada hasta el
punto en el que todo lo que queda de ella es un lamento quedo,
silencioso, que encuentra su espacio solamente a primera hora de la
mañana, los únicos instantes que Zenobia Camprubí podía dedicar a sí
misma.
No es ningún secreto que Juan Ramón Jiménez, a pesar de ser un poeta
maravilloso, era un hombre enfermo con una personalidad asfixiante.
Tampoco es extraña para nadie la idea general de la adoración que sentía
por su esposa, a la que insistió para que le diera el sí hasta el punto
de ir tras ella hasta Nueva York.
Pero antes de Juan Ramón, existió una Zenobia culta (era, al fin y al
cabo, una niña bien que había recibido una exquisita educación liberal
anglosajona), apasionada por las artes y la escritura. De hecho, llegó a
publicar numerosas traducciones, así como artículos y cuentos de una
notable calidad.
Como todo en su vida, lo que más se recuerda de su obra son los
Diarios (editados en 2006 por Alianza Editorial) en los que relata los
años junto a Juan Ramón, obra que supone un primer plano al rostro de
una mujer que se descompone sin mudar el gesto. Zenobia escribe todas
las mañanas, silenciosamente, para no molestar a su marido. No porque él
se lo prohíba, sino porque una vez él despierto, Zenobia comenzará a
orbitar alrededor de la enfermedad y las necesidades de Juan Ramón, al
que ama profundamente (y al que, en mi opinión personal, también odia).
Esta relación tan malsana genera una atmósfera asfixiante en sus
diarios que se manifiesta en pasajes tan lapidarios como “Necesito
escapar un poco de la depresión de J.R. para sostener mi propio ánimo en
un punto que sirva para levantarlo a él”.
No obstante, quisiera terminar hablando de Zenobia, la persona antes
de “la Zenobia de Juan Ramón”. La mujer luminosa y con talento que
escribía así sobre los cuadros de Sorolla:
The white hot sunlight that seemed to radiate from every canvas as
it filtered through flickered leaves, flashed back from tumbling waves
or gleamed upon scudding sails and dashing spray […] And Sorolla, in
painting all this splendid opulence of light and air and swift joyous
movement, was merely expressing in his own way the things he had seen
around him […] He has left it to other painters to portray the gloomy
and tragic side of life in Spain, but lest we should forget that there
is also sunshine and laughter there.