dimarts, 24 de setembre del 2013

La ciencia

La ciencia - Rosa Montero (El País, 24 de septiembre de 2013)

No se puede decir que España sea un país con vocación científica. Somos ricos en artistas plásticos y escritores, en artes temperamentales e imaginativas. Pero lo de cultivar rigurosamente el intelecto no se nos da bien: pensadores pocos, y científicos poquísimos. Y a los que hay, cantazo en la cabeza y al extranjero. En 2012 la fundación BBVA publicó un estudio sobre el conocimiento científico que comparaba a 11 países, 10 europeos, entre ellos España, y Estados Unidos. Quedamos los últimos, por supuesto. Un bochornoso 46% de los españoles no supieron nombrar a un solo científico. Vamos, es que no atinaron ni con Einstein. Nuestra sociedad arrastra un miedo cerril a la ciencia que es producto de la ignorancia. De hecho, durante años los intelectuales españoles han hecho gala de su acientifismo, como si fuera un orgullo no tener ni idea de lo que es la entropía. ¡Pero si hasta Unamuno soltó esa frase lamentable del “que inventen ellos”!
Pues bien, sobre esos polvos estamos preparando ahora los lodos de un desastre científico definitivo del que ya no podremos recuperarnos jamás. Hasta que empezó la crisis, nos creíamos una sociedad moderna y rica e incluso la ciencia empezaba a levantar un poquito la cabeza, aunque nuestro presupuesto en I+D seguía a años luz de la media europea. Pero, desde 2009, esa miseria presupuestaria se ha recortado un 40%. Más aún: el dinero que finalmente han recibido los científicos ¡ha sido menor que el presupuestado! La investigación en España está al borde de la quiebra más absoluta. Y todo esto ante cierta indiferencia general. O sea, no nos movilizamos por este tema como (con razón) por la sanidad pública. Y, sin embargo, perder esta oportunidad de tomar el tren de la ciencia hundirá nuestro futuro durante muchas décadas. Qué responsabilidad ante nuestros hijos.

dimecres, 11 de setembre del 2013

Café con leche

Elvira Lindo

El español es ese individuo que habla un mal inglés y que se ríe de otro que habla un mal inglés. Así podría resumirse nuestra sarcástica relación con los idiomas. Sarcasmo que se cura, en parte, cuando se vive fuera y se convive con compatriotas que luchan, como tú, por hacerse entender. Digo esto, ya saben, por la actuación de Botella, que ha centrado las burlas al suspenso que propinó el COI a la candidatura española. Lo nuestro es el humorismo, y más que analizar los factores que contribuyeron a la eliminación (cuando llevábamos días celebrando la victoria) nos hemos puesto a crear un hit musical, “Relaxing Café con Leche”, que lleva camino de convertirse en la canción del verano.
Pero más que el acento de Botella (he oído tantos como ese…) lo inaudito era la nadería del discurso; más que la pronunciación (he oído tantas…) sobrecogía la incontenible expresividad de una mujer que nunca se ha caracterizado por su simpatía. Botella siempre ha dado la impresión de ser una alcaldesa alérgica al pueblo. Lo que parece claro es que esas palabras transparentaban un mensaje nefasto: somos un país en crisis capaz de sustituir con alegría el dinero que nos falta, o de rectificar aunque tarde escándalos que han salpicado al mundo deportivo. No coló.
De cualquier forma, los que no nos habíamos puesto insensatamente a celebrar la victoria antes de ganar no sentimos tal decepción. En cambio, sí llevamos experimentando desde hace tiempo desesperación e impaciencia, porque Madrid necesita un estímulo para salir del abandono que padece: sucia, endeudada hasta las cejas y camino de que nos privaticen hasta la Cibeles. No se comprende por qué ese tipo de estímulo ha de ser siempre deportivo y no de otra naturaleza. El ayuntamiento de Madrid necesita con urgencia un gobierno a la altura de su gravedad. Ese sí que sería motivo de júbilo.


Aprenderé inglés

Espido Freire


O alemán. O chino. Resulta un misterio comprobar cómo la mayor parte de las personas menores de 40 años de este país han gastado años enteros estudiando inglés. Verbos irregulares. Phrasal verbs. Vocabulario. Pocos lo hablan; muchos menos lo hablan bien. Cuando un currículum indica que el nivel del sujeto es medio más vale no encontrarse en situación de comprobar cuál es su percepción de la medianía. Generaciones de filólogos ingleses hemos intentado descifrar el enigma de la sordera española para el inglés: pero lo cierto es que tampoco el nivel de inglés de los filólogos es como para quemar demasiada pólvora en celebraciones.
Los países nórdicos, con esa Finlandia que nos avergonzó en las evaluaciones europeas a la cabeza, hablan un inglés casi perfecto, con ciertas aspiraciones y guturalidades poco destacables. No doblan series ni películas en la televisión, pero el resto de los programas se emiten en correcto idioma nativo. Además, en España se escuchan tantas canciones en inglés que el efecto podría ser similar. Proceden las lenguas nórdicas y el inglés del mismo tronco común, pero curiosamente, no el finés, que es casi tan enigmático como el euskera. Lo mismo sucede con los habitantes de países del Este. Ellos no necesitan la inmersión, ni los cursos en el extranjero para hablar dos o tres idiomas. ¿Qué ocurre?
Falla el sistema pedagógico, como casi todo. Y falta algo esencial, que pocos métodos de aprendizaje tienen en cuenta: el uso del idioma por parte del hispanoparlante es casi siempre emocional. Por eso se olvida la fonética del italiano, o sus miles de verbos y se considera sencillo: es una lengua hermana en la intención.
El inglés resulta útil, como las ecuaciones, pero no se vive como un medio de expresión real. Ni tacos, ni dobles sentidos, ni diminutivos, ni abreviaturas, esenciales en el lenguaje cotidiano, pueden manejarse con rapidez en una nueva lengua. El estudiante se envara: privado de muletillas, es como si le cercenaran un brazo. Surge la vergüenza. No hablará, leerá como si se tratara de una fórmula. Y otro año más, su nivel se quedará en medio.